Sísifo se mira al espejo.

Maniquíes rotos
Tu pulso no es contra el cristal, sino contra la mentira que te exige moldearte.

Por si no conoceis el mito de Sísifo, se puede resumir en que era un tipo que jodió a los dioses del Olimpo hasta que le pusieron un castigo de por vida: empujar una roca gigante cuesta arriba. ¿Lo peor? Que justo cuando el tío estaba a punto de alcanzar la cima, la roca rodaba otra vez para abajo, obligándole a empezar de nuevo. Así eternamente. Un bucle sin fin.

Pues bien, hoy somos nosotros quienes tienen un castigo parecido, solo que nuestra roca no es de piedra. Tiene la forma de la obsesión por el puto físico. Músculos que parecen tallados a hostias, cinturas de Barbie anoréxica, la movida de no parecer ni un puto día más viejo, incluso esa guerra de mierda contra el espejo cuando el pelo decide que le molesta tu cabeza y se pira, como si ser calvo te hiciera menos persona, ¿sabeis? Todo metido en el mismo saco de lo que la gente te dice que tienes que ser para molar y que te validen.

Nos dejamos los huevos en gimnasios que huelen a sudor rancio y sueños rotos, nos atiborramos de mierdas insípidas que llaman «comida sana», nos gastamos la pasta en cremas que prometen milagros que nunca llegan. Empujando esta fachada que nos venden como si fuera la hostia, creyendo que así vamos a conseguir algo que al final siempre se nos escapa. Porque esta roca, igual que la de Sísifo, siempre vuelve a caer, nenes. La juventud es un puto filtro de Instagram. El cuerpo se cansa, joder. El pelo se pira, ¿y qué?

Camus decía que lo importante no era llegar a la cima de esa puta montaña. Lo que valía era la propia lucha, la insistencia, el ponerle cojones a la tarea, aunque fuera absurda. ¿Pilláis la idea? Que la recompensa estaba en el camino, en la patética pero digna acción de empujar, aunque supieras que la roca iba a caer. Pero, ¿crees que es tuya la roca la que estás empujando? ¿O te la endosaron otros?

El objetivo no es tener el cuerpo de un anuncio o una melena de estrella de rock, sino mandar a la mierda esa exigencia impuesta, reírte en la cara de los que te dicen cómo tienes que ser para ser válido, y entender que quizás la única maldita libertad que tenemos no está en llegar a esa cima de mentira, sino en destrozar esa roca, esa jaula que otros construyeron para ti, hasta que no quede ni el polvo, y luego seguir caminando, con tus calvas y tus lorzas, si os sale de los mismísimos.

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